En 2010, me encontraba dedicada a la administración de redes WAN, ya con una década de experiencia a mis espaldas, lo cual me posicionaba como una técnica/consultora senior. 

Disfrutaba de mi trabajo, rodeada de compañeros excepcionales, bajo la tutela de un jefe, José Luis, de quien aprendí a trabajar de manera sobresaliente. La proximidad de mi trabajo a casa, junto con un salario satisfactorio, conformaban un escenario ideal. Sin embargo, surgió la inesperada propuesta de asumir la responsabilidad del equipo. Se buscaba a alguien capaz de gestionar no solo el trabajo del personal y los SLAs, sino también al equipo técnico en sí.

Por razones que aún desconozco, se pensó en mí para esta tarea. Comencé liderando el Centro de Control de Red, para luego expandir mi responsabilidad al área de LAN y WAN.

Aunque carecía de una clara noción sobre cómo encarar este nuevo reto, me lancé a él. Los días se convertían en montañas rusas de emociones y responsabilidades, equilibrando mis tareas técnicas con una incipiente gestión. La sensación de avanzar a tientas era constante, solo interrumpida cuando un problema emergía y requería mi intervención como responsable.

A pesar de sortear exitosamente estos desafíos, me asaltaba la duda sobre mi capacidad de gestión, especialmente en lo referente a liderar personas hacia un objetivo común. La noción de equipo siempre había estado presente, pero nunca desde una perspectiva de liderazgo formal.

Mis compañeros, algunos superiores en habilidades técnicas, no me veían como su líder. Me encontraba sumida en la confusión, sin identidad clara, sin estrategias para enfrentar situaciones complejas, interrogándome constantemente sobre mi merecimiento de la posición y mis capacidades. Sin embargo, el saber que alguien había depositado su confianza en mí me impulsaba a seguir adelante, motivada por la convicción de que debían haber visto algo en mí. Era imperativo actuar.

Continué avanzando como mejor podía, sumergiéndome en formaciones sobre gestión de proyectos y obteniendo certificaciones. El mundo de la gestión de personas y el desarrollo personal me fascinaba enormemente, pero encontraba difícil aplicar estos conocimientos en la práctica diaria.

Me sentía perdida, funcionando en piloto automático y enfrentándome a desafíos constantes. La vida, como suele hacer, intervino de manera abrupta, trayendo consigo un divorcio, la responsabilidad de cuidar a dos niños pequeños y dificultades financieras. Mis relaciones eran complicadas y mi mente, un torbellino. Fue entonces cuando el coaching irrumpió en mi vida, brindándome la conciencia y el trabajo personal necesarios para ayudarme a mí misma y, eventualmente, a los demás, a transitar este camino con menos sufrimiento.

Ahora me dedico a gestionar equipos y a ayudar a managers que están empezando en el mundo IT a sobrellevar todo esto que yo he transitado con mucho sufrimiento, de un modo más liviano. Aportando herramientas que yo he ido aprendiendo y ayudando a obtener ese autoconocimiento que lo es todo en estos procesos.

Así comenzó mi viaje hacia el desarrollo personal y la gestión de equipos, que me ha llevado a ser quien soy hoy. Después de casi una década invirtiendo tiempo y dinero en numerosas formaciones y procesos de coaching, sigo en el camino, aprendiendo cada día, pero ahora con un profundo conocimiento sobre mí misma y mis emociones. Esto me permite manejar las situaciones con mis equipos y en las empresas en las que trabajo de manera más saludable, siendo siempre fiel a mí misma.

Esta ha sido mi cruzada personal: aumentar el número de líderes, responsables de servicio, jefes de proyecto, managers de área, directores, CIOs y CEOs que lideren de manera más auténtica, inspiradora y genuina.

Mi objetivo es transformar las empresas en entornos más saludables donde las horas dedicadas al trabajo se llenen de creatividad, productividad, amistad, crecimiento, diversión y humanidad, sin dejar de lado la consecución de nuestros objetivos. Aspiro a que comprendamos que todo se construye sobre la base de las personas, que no deben ser desgastadas en el proceso, y que los objetivos y resultados que dañan a las personas no valen la pena. ¿Y sabes qué? Espero que tú me ayudes a lograrlo.